¿A QUIÉN DEBERÍAS ESCUCHAR HABLAR SOBRE EL ABORTO? A ALGUIEN QUE HAYA ABORTADO

   
    Cuando llegué a la clínica en Washington, busqué a la joven por la que estaba esperando. Su cuerpo estaba cubierto de tatuajes de pájaros y estrellas. Me abrazó con una sonrisa cálida y me presentó a su novio. No me miró. De hecho, no me miró a los ojos en las cinco horas que estuvimos sentados juntos en la sala de espera.
     Pensé que estaba avergonzado por el aborto hasta que me di cuenta de que tenía tatuajes  de supremacista blanco en su cabeza afeitada, cuello, antebrazos y nudillos. Soy negra, y me dio miedo. Aun así, sentí un vínculo. Habían conducido durante horas desde Virginia para evitar las numerosas restricciones sobre el aborto que hay allí. Él acababa de salir de la cárcel. Ella ya tenía un niño y no estaba preparado para otro. Conocía bien ese sentimiento.
     Ella había pedido una comadrona de abortos porque quería apoyo incondicional decidiera lo que decidiera. Ella quería que yo, una completa desconocida, reforzara su confianza en sí misma. Después de entrar en la sala de operaciones, su novio y yo fuimos fuera. Él, para fumar, y yo para hacer una llamada. Cuando bajábamos en el ascensor, por fin me habló: "gracias".
     Cuando aborté yo tenía 19 años y estaba sola. Aunque estaba segura de que mis padres apoyarían mi decisión, no quise arriesgarme, así que lo guardé en secreto. Mi novio me dejó en la clínica y no quiso entrar. Entré por la puerta y una amable enfermera judía cuidó de mí. Me cogió las manos mientras me ponía la sedación y me ofreció galletitas saladas y cocacola cuando me desperté en la sala de reanimación.
     Esta es la realidad del aborto.
     La necesidad de acabar un embarazo no conoce filiación política ni creencia religiosa. He abrazado, llorado y cogido las manos de cientos de personas que han abortado, muchas de ellas pensaron que nunca lo harían. Todas estabas agradecidas de que alguien estuviera allí para cuidarlas, sentarse con ellas cuando estaban solas y sujetarles el pelo cuando tuvieran náuseas o vómitos. Todas sintieron en estigma y la vergüenza que la sociedad las empujaba a sentir. 
     El debate sobre el aborto sigue candente, pero las voces de aquellas que hemos abortado no se escuchan. Poca gente intenta entender nuestras vidas. Y nunca nos hacen la pregunta más simple e importante: ¿por qué lo hiciste?
     Lo hacen a propósito. Es más fácil quitarnos nuestros derechos cuando no somos tratadas como humanos, cuando los candidatos políticos dicen que merecemos "un castigo", cuando los diputados votan por definir el aborto como "asesinato" o cuando la gente nos llama asesinas. Las palabras importan y conllevan violencia. Los médicos y clínicas abortistas y la gente que comparte sus experiencias como yo, hemos recibido miles de amenazas.
     Se estima que cerca de un tercio de las mujeres americanas habrán abortado cuando cumplan 45, según el Instituto Guttmacher, un grupo de investigación que apoya el derecho a abortar. El 62% de nosotras somos negras. La mayoría religiosas. No podemos permitirnos expandir nuestra familia en ese momento concreto. Cuando nos niegan la posibilidad de abortar, tenemos 3 veces más posibilidades de acabar bajo el umbral de la pobreza que aquellas que sí abortan. Cerca de las dos terceras partes de las mujeres que han abortado son ya madres de algún niño al que le que le quieren dar todo lo mejor. 95% de las mujeres entrevistadas no nos arrepentimos de nuestras decisiones, y no afecta a nuestra salud mental.
     El movimiento de justicia reproductiva no lucha solo por el derecho de aborto. Liderado por mujeres negras, también se  asegura de que todas podamos decir si quiere ampliar su familia, cuándo y cómo. Cuando me quedé embarazada me planteé cómo sería mi vida como madre. ¿Podría ganar lo suficiente para hacerle a mi hijo/a comidas sanas? ¿Sería capaz de acabar mis propios estudios? no es justo negar el acceso al aborto al mismo tiempo que recortas los derechos sociales necesarios para criar a un hijo.
    La adopción se presenta como la mejor opción, y lo es para aquellas que quieren hacerlo, pero no es la solución para quienes no quieren estar embarazadas o no pueden arriegarse a estarlo.
     En estados como Indiana, Georgia, Tennessee y Virginia, algunos cargos electos están intentando que se encarcele a las mujeres que se han provocado abortos a sí mismas simplemente porque no se podía permitir hacerlo en las clínicas cercanas. El vicepresidente Mike Pence está tan obsesionado con el aborto que, como gobernador de Indiana, firmó todas y cada una de las mociones antiaborto que pasaron por su despacho, incluyendo la de ordenar el funeral del feto después de un aborto y exigir ecografías innecesarias. También destinó millones de impuestos a falsas clínicas ginecológicas.
     Las políticas antiaborto como estas pretenden acabar con el aborto, pero la historia nos demuestra que no es posible. Seguiremos abortando, la única pregunta es si será mediante un aborto seguro o no.
     El punto crucial de este asunto no es si abortarías o no, es si serías un obstáculo para la decisión de otra. Todo el mundo quiere a alguien que ha abortado, aunque no lo sepamos.
    Necesitamos políticos que protejan nuestra decisión de crear una familia, y que nos apoyen cuando lo hagamos, o no. También necesitamos a alguien que se siente a nuestro lado en la clínica sin juzgarnos.
     Espero haberle dado la misma amabilidad incondicional a la joven de los tatuajes que la enfermera judía me había prestado a mí hacía diez años, y que ella haga lo mismo con alguien.
     Las voces de quienes han abortado antes deberían ser el centro de esta conversación. ¿vas a escucharlas?

Traductora: Marina Liñán

Artículo original de Renee Bracey Sherman publicado en The New York Times, el 20 de mayo de 2017
https://www.nytimes.com/2017/05/20/opinion/sunday/abortion-people-whove-had-them.html?mcubz=3

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