LO QUE ANDREA DWORKIN, LA FEMINISTA A LA QUE CONOCÍ, PUEDE ENSEÑAR A LAS JÓVENES

     Me hice amiga de Andrea Dworkin en 1996. Ambas asistimos a una conferencia internacional en Brighton sobre la violencia contra la mujer que duró una semana, en la que Andrea era una de las ponentes más importantes. Ya la había visto anteriormente en eventos feministas, pero nunca habíamos intercambiado palabra.

     Se hizo famosa a principios de los 80 por el borrador de la ordenanza que ella y su abogada habían redactado en Minneapolis, y que reconocía la pornografía como discriminación y violación de los derechos civiles de las mujeres. Muchas mujeres que estaban de algún modo implicadas en el mundo del porno fueron llamadas a declarar en todos los estados de EEUU. Fue una forma muy ingeniosa de usar una ley: en lugar de prohibir o censurar la pornografía, consiguieron que las víctimas de la industria del porno pudieran reclamar daños y reconocimiento por los perjuicios sufridos.
     Sin embargo, para mí, su mejor y más radical trabajo fue el libro que escribió cuando tenía 27 años, Las mujeres que odian (1974). La primera línea dice así: "este libro es acción, una acción política cuya meta es la revolución." En él, Andrea describe y teoriza todas las formas de opresión y abuso de los hombres sobre las mujeres y niñas.
     Cuando Andrea y yo finalmente coincidimos en Brighton, conectamos inmediatamente. No estaba necesariamente de acuerdo con todo lo que había escrito, y no estaba particularmente enamorada de su ligeramente evangélica oratoria, pero pese a todo me encantó desde el principio. Su sentido del humor, retorcido y cortante, su integridad y su vulnerabilidad se combinaban para hacerla completamente cautivadora. Había algo de embriagador en el hecho de conocer a una mujer que había sido vilipendiada como una miserable odiadora de hombres, que resultaba ser una intelectual bastante abierta de mente.
     Durante los siguientes ocho años, Andrea y yo nos escribimos y hablamos regularmente, y quedábamos en vernos siempre que estábamos en el mismo país. A finales de 1998 me mandó el manuscrito de Chivo expiatorio: los judíos, Israel, y la liberación de la mujer, un libro en el que había trabajado durante ocho años. 
     Lo devoré, la maravilla de su prosa me dejaba sin aliento, así como la genialidad de sus razonamientos. Andrea consideraba que había sido cosa del destino que ella mencionara al primo de mi pareja, Robert Wistrich (experto en el Holocausto) en ese libro antes de conocerme.
     En todo 1999 no supe mucho de ella hasta que recibí un fax de 10 páginas escrito a mano en julio. La escritura era limpia y clara al principio, pero al final era casi imposible de leer. La primera línea ya me rompió el corazón.
"Querida Julie: Hace tiempo que no recibes noticias sobre mí porque en mayo me ocurrió lo más inesperado. Mientras estaba de vacaciones en París me drogaron y me violaron. No creo que sea capaz de soportar esto."
      Nunca volvió a ser la misma. Su salud se resintió. La última vez que nos vimos, en septiembre de 2004, había perdido muchísimo peso tras el implante de una banda gástrica para luchar contra su peligrosa obesidad. Pero durante esa visita estaba de buen humor, y hablamos de revivir el movimiento feminista antipornografía en Europa, que nos parecía que estaba decayendo. "Los liberales están ganando esta guerra, Julie", me dijo Andrea cuando estábamos sentadas en su habitación de hotel, bebiendo el amargo espresso que le permitía seguir despierta durante el día (era claramente nocturna). "Si nos rendimos ahora, le dirán a las generaciones más jóvenes que el porno es bueno para ellas, y se lo van a creer."

     Esa misma semana, se publicó en The Guardian una entrevista que le había hecho a Andrea. Aunque a veces costaba quedar con ella, porque insistía en tener especiales medidas de seguridad cuando hablaba en conferencias o en lugares públicos (la habían amenazado de muerte más de una vez), no tenía ningún tipo de ego, no era una caprichosa feminista de clase media tal como las británicas pensábamos que eran las estadounidenses.

     Los escritos y las charlas de Andrea guardan muchas enseñanzas, pero quizá su mejor lección fue la de enseñarnos a comportarnos en la batalla. No hay duda de que la lucha de las mujeres contra la violencia sexual, doméstica y cultural que los hombres ejercen contra nosotras es sangrienta y peligrosa. Pero Andrea nunca olvidó su educación ni su humanidad en las trincheras. Puede que parezca un cliché, pero lo que movía a Andrea no era el odio de su enemigo - la supremacía masculina - sino el amor a la idea de un mundo nuevo en el que el sadismo sexual fuera inexistente.

     Andrea nos recordó que los hombres ocupan un lugar de poder desde su nacimiento, pero que no es "natural" que el hombre domine o la mujer esté sometida. De muchas formas, a pesar de los golpes que recibió, Andrea fue la feminista más optimista que conocí nunca.

     Cuando los pornógrafos se quisieron vengar de ella, publicaron una parodia animada de ella, muy desagradable y sexualmente explícita. Ella los demandó, pero perdió. A pesar de ser representada como una figura de odio a la nación, acusada de intentar desmantelar la preciada Primera Enmienda, Andrea nunca dejó de aparecer en público, o de relacionarse con gente que a menudo no estaba de acuerdo con ella. 

     En el activismo actual, la vida de Andrea debería ser un recordatorio para las feministas de que nada es comparable a conocer y hablar con otra gente para encontrar lugares comunes. Andrea no se comprometía, pero nunca se negaba a debatir nada con nadie, siempre que estuvieran del lado de la justicia social. "No tiene sentido sentarme a hablar con un pederasta o pornógrafo," me dijo en nuestra entrevista de 2004, "porque para conseguir sus metas es necesario que nos hagan daño." Pero con feministas de todo tipo de ideas, Andrea se sentaba y escuchaba paciente y respetuosamente, antes de dirigirse a ellas con su voz tranquila y suave. No importaba lo cansada que estuviera, Andrea nunca dejaba una discusión hasta que lograba consenso en alguno de los puntos clave.

     El corazón de Andrea estaba desgarrado por haber sufrido abusos toda su vida - la primera vez cuando fue violada en un cine con tan solo 8 años, después examinada internamente de forma brutal mientras estaba en custodia años más tarde, y finalmente siendo víctima de violencia doméstica a manos de su primer marido, que la llevó a prostituirse. Pero nunca olvidó su lugar en el movimiento de liberación de la mujer. Andrea curó sus heridas escuchando las historias de otras supervivientes, a pesar del daño que esto le causaba, para recordar lo mucho que costaba esta lucha. Nunca olvidaré una conversación telefónica que tuve con ella en la que me contó cómo algunas feministas de EEUU y Reino Unido habían expresado públicamente sus dudas acerca de si la violación que sufrió en París fue cierta o no, incluso una conocida activista contra el abuso infantil que preguntó "¿quién querría violar a Andrea?".

     "Mi odio es un tesoro" me dijo una vez. "No quiero malgastarlo con alguien que conspira con su propia opresión. Mi odio solo se dirige a los hombres que meten esa mierda en la cabeza de las mujeres, y a los que las violan."

     Sin Andrea, muchas generaciones de feministas aún ignorarían el significado y las consecuencias de la pornografía, y tampoco sabrían cómo dejar de buscar la aprobación de un hombre. Eso no es todo lo que las feministas de hoy podríamos aprender de Andrea. Podríamos aprender el respeto que sentía por los defensores de los derechos humanos que existieron antes que ella, y su lealtad hacia otras mujeres que fueron atacadas por quienes están en contra de nuestras creencias y nuestros objetivos. Podríamos aprender de su valentía, de nunca dar un paso atrás o renunciar a sus principios aunque esto le pusiera las cosas más fáciles. Esa esa una de las características que definía a Andrea, así como la de atreverse a odiar a los hombres que odiaban a las mujeres.

     Una cosa está clara. A menos que conocieras a Andrea, bien personalmente o porque luchabas en las mismas causas políticas que ella, casi todo lo que sabes de ella es falso. Se da el caso de que, tristemente, en la actualidad, muchas feministas tienen miedo de salirse de la normalidad y causar problemas. Este jamás fue el caso de Andrea.

Traductora: Marina Liñán

Con motivo del aniversario del nacimiento de Andrea Dworkin el 26 de septiembre de 1946, traducimos este artículo de Julie Bindel publicado en The Guardian en marzo de 2015, en el décimo aniversario de su muerte.

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