EL CONCEPTO NEOLIBERAL DE "LIBERTAD" PERMITE QUE LA IDEOLOGÍA DE LA IDENTIDAD DE GÉNERO ARRAIGUE
El concepto neoliberal de libertad ha abierto un espacio en el que el autoritarismo patriarcal, ejemplificado en la política de identidad de género, se ha podido asentar y desarrollar
El neoliberalismo es la filosofía política (de izquierda y de derecha) desarrollada en occidente en los años 80 conocida como "sentido común". Presenta diferentes problemas:
- Considera al individuo como un agente autónomo, motivado, principalmente, por el propio interés.
- Defiende que el mercado libre no regulado alivia las desigualdades sociales
- Describe la libertad como la capacidad del individuo para "elegir" dentro de un mercado de opciones.
¿Cuál es el error de este planteamiento? Que es reductivo. Además de ser agentes autónomos, los seres humanos estamos situados dentro de contextos psicológicos, sociales y políticos que convierten nuestra autonomía y nuestra relación con los demás en algo mucho más complejo de lo que el neoliberalismo admite.
La filosofía neoliberal crea un problema político específico para las mujeres y las niñas. El caso del cuerpo femenino ilustra esto a la perfección: por un lado, el cuerpo de la mujer es visto como un objeto que se puede vender para consumo por medio del porno y el "trabajo sexual", igual que cualquier otro producto del mercado. Por el otro, el cuerpo de la mujer, recientemente, se ha convertido en algo inmaterial, porque cualquier hombre puede decir que se ha "convertido" en mujer (no con el significado que le daba Simone de Beauvoir, que defendía que la gente con cuerpo de mujer no nacen "femenina", sino que se les enseña femineidad), sino defendiendo que los hombres pueden, simplemente, identificarse como mujer. En los últimos meses, transactivistas del Reino Unido han trabajado muy duro para silenciar a las mujeres que quieren discutir los cambios propuestos en el Acta de Reconocimento de Género de 2004, cuyo fin es adoptar el autoreconocimiento de género. Para ello, han usado distintas estrategias, desde acusaciones de "discurso de odio", intolerancia o transfobia. Han conseguido que distintas salas cancelen charlas de mujeres en las que se iba a debatir la ideología de género, alegando que quienes organicen dichas charlas son "grupos de odio", amenazando con bombas a las salas donde se iban a albergar las charlas, o perpetrando violencia física real contra las mujeres.
Ha surgido otra cuestión con respecto al lenguaje que las mujeres pueden usar para discutir sus propios asuntos. A estas alturas ya hemos visto cómo Twitter cancela o bloquea las cuentas de las mujeres que dicen que los seres humanos con pene son hombres. Recientemente, la fundadora y editora de Feminist Current, Meghan Murphy, ha sido definitivamente bloqueada en Twitter por referirse a un macho como "él". Las palabras uqe se nos permite utilizar para referirnos a nuestros propios órganos sexuales también han cambiado, de hecho, ha cambiado hasta la palabra que nos permiten utilizar para definir a la hembra humana adulta. Hemos oído al Green Party usar el término "no hombres", y al Wellcome Collection Museum, Goldsmith College y a la Universidad de Londres adoptar el término "mujerxs" para ser más "inclusivos".
Al parecer, no es bastante con insistir, como hago yo, en que los individuos tienen derecho a identificarse con el género que se sientan cómodos, que nadie debería ser discriminado por ello y que todo el mundo, sin excepción, debe ser legalmente protegido de la violencia. Pero las mujeres críticas con el género están obligadas a hacer un mayor esfuerzo en cuanto a la ideología transgénero y aceptar, como dogma de fe, la absolutamente irracional proposición de que los hombres que se identifican como mujer no solo tienen que ser respetados en su decisión, sino que son mujeres. Es más, en caso de que alguien sea intelectual o políticamente antiguo para entenderlo, se nos obliga a repetir el mantra "las transmujeres son mujeres" hasta que lo acepten.
En el mismo año que se celebra en centenario en que (algunas) mujeres pudieron votar en Gran Bretaña -un evento conseguido por las mujeres críticas con el género que se opusieron al poder patriarcal y sufrieron por su dolor, por la vilificación de otras mujeres, así como de hombres- hemos sido testigos de cómo los transactivistas activamente han silenciado a las mujeres sobre sus cuerpos y sus asuntos. Cuando aparecieron unas pegatinas enanas con la leyenda "las mujeres no tienen pene" en lugares públicos y edificios como protesta a la afirmación de que las transmujeres son, literalmente, hembras, la policía se gastó nuestros impuestos en investigar estos actos de resistencia y de decir la verdad como discurso de odio.
Que los hombres le digan a las mujeres cómo entender y experimentar sus cuerpos es lo más antiguo del mundo. Desde que Eva fue incriminada, los hombres se han posicionado como genéricamente humanos. La religión, la biología populista y la medicina, históricamente, han dibujado al hombre como la norma, y a la mujer como lo otro. En los 70 y los 80 las teóricas feministas acuñaron el término patriarcado -literalmente, "la norma del padre"- para describir, además, una estructura social de desigualdad basada en la naturalización de la femineidad. El desarrollo epistemológico y político nunca tuvo intención de rechazar la realidad material del sexo binario. Esta teorización política tuvo lugar junto al activismo, en el momento que grupos de mujeres empezaron a hablar de sus historias personales para avivar conciencias. Al mismo tiempo, revelaron las características comunes de sus experiencias sexuales y expusieron toda una estructura de abuso sexual de mujeres y niñas perpetradas por los hombres. En este sentido, la campaña #MeToo no es algo nuevo, sino un resurgimiento político de denuncia de las conductas sexuales de los hombres. Quizá debería hacerse una campaña dirigida a los hombres que se llame #YouToo (tú también).
En los 90 vivimos un tremendo contragolpe a la crítica del patriarcado que hacía el feminismo radical. La sociedad, nos dijeron, había llegado a una etapa "postfeminista" y ya podíamos descansar, porque las demandas del movimiento feminista ya estaban satisfechas. Las Spice Girls se convirtieron en un símbolo de empoderamiento sexual. El feminismo pasó a ser una palabra sucia, con cierto espectro de miseria, aludía a mujeres reprimidas y faltas de sexo que odiaban a los hombres. Mis alumnos del Goldsmith College (una de las primeras universidades en entender el sexo y el género a través de la lente de la Teoría Queer en el Reino Unido), desarrollaron una total repulsión por la propia palabra. Cualquier alusión al hecho de que las leyes de igualdad y la libertad sexual de la que se beneficiaban habían sido conseguidas gracias al feminismo y a nuestra negativa a ajustarnos a los roles de género, únicamente recibía su negativa. Ridiculizaban cualquier sugerencia relativa a que las feministas de segunda ola eran luchadoras por la libertad sexual.
En los 90, la idea de mujer como categoría sexual ya había sido rechazada, y las opresiones particulares experimentadas por las mujeres como colectivo, y representadas en el cuerpo femenino, no se visibilizaban. La Teoría Queer desarrolló el concepto de constructo social mucho más de lo que el análisis feminista y el postestructuralismo intentaron jamás. La ideología transgénero es el resultado del meteórico ascenso de la Teoría Queer, la cual, contrariamente a la reivindicación de los transactivistas, no rechaza el esencialismo biológico, pero sí lo cosifica simplemente revirtiendo el orden. Asegura que el sexo binario -ser hembra o macho- es asignado socialmente, y no un hecho biológico, y por el contrario, el género -un sentimiento individual de femineidad o masculinidad- es algo presocial, que emerge de lo más íntimo del individuo. Esta ideología no tiene base científica e ignora por completo los hechos más simples.
Pobre de quien se atreva a criticar el transgenerismo; la otra cara de esta ideología progresiva es un autoritarismo salvaje. El hecho particular por el que yo he sido vilipendiada es mi opinión de que la sociedad debería tener mucho cuidado con los niños que se salen del estereotipo de los roles de género, y no meterlos en un camino de medicación y tratamiento hormonal que, inevitablemente, tiene consecuencias irreversibles, incluyendo esterilidad y -cada vez más frecuentemente- mastectomía practicada sobre mujeres muy jóvenes. El tratamiento médico y la cirugía nunca transformarán un individuo hasta convertirlo en uno del otro sexo, aunque nos empeñemos en llenar la cabeza de los jóvenes con la fantasía de que puede ser posible. El cambio de sexo (o reasignación de género) solo puede imitar a los órganos sexuales, por ejemplo escindiendo el pene y los testículos para construir una cavidad interna pero insensible en el cuerpo masculino, o creando un pene protésico creado a partir de la carne de otra parte del cuerpo femenino. La consecuencia de esta esterilidad es la completa eliminación de la sensación sexual en los genitales.
En el mismo momento que ciertos hombres conocidos que se identifican como mujer insisten en que SON mujeres, se operan la cara y se hacen implantes mamarios, pero no ven la necesidad de operarse el pene (quizá por las razones que he descrito anteriormente), organizaciones de niños y niñas trans como Mermaids reivindican la importancia de intervenir médicamente los cuerpos de los niñov con bloqueadores de pubertad y hormonas, alegando que son esenciales para su bienestar. Necesitamos parar un momento y contemplar si los niños están siendo sacrificados en el altar de la "inherente identidad de género" que permite a los hombres que se identifican como mujeres explicar su comportamiento como adultos sin necesidad de vincularlo a ningún contexto psicológico o social. Podríamos, también, debatir públicamente las estadísticas de suicidio entre los jóvenes que se ven obligados a entender sus experiencias desde la lente del transgenerismo, y exigir datos rigurosos provenientes de una metodología social reconocida, en contraste con los datos recolectados y las conclusiones redactadas por el lobby transgénero Stonewall.
La identidad de género es esencial a la organización Gendered Intelligence, cuyo director ejecutivo es un prominente teórico queer. Un "folleto sexual de los jóvenes trans" editado por la organización, dice:
Tu apariencia, tu forma de hablar, tu forma de tener sexo son aspectos de ti, pero lo primordial es tu identidad. Una mujer es una mujer, aunque disfrute recibiendo mamadas. Y un hombre sigue siendo un hombre, aunque le guste ser penetrado vaginalmente.
El concepto de libertad como una realización individual defendido por Gendered Intelligence parece progresista, inclusivo y conmensurable con los derechos de las mujeres y niños. Y, sin embargo, lo que pretende es lo contrario: refuerza las ideas tradicionales de lo que es ser niña, ser niño y de la femineidad, y en el fondo se adhiere a las políticas sexuales reaccionarias que dice negar.
A menudo nos quieren vender la autoidentificación como una oportunidad de igualdad: ¡las mujeres pueden identificarse como hombres! La disparidad de respuesta entre hombres que se identifican como mujeres y mujeres que se identifican como hombres confirma el punto de vista femenino, más que refutarlo. En medio de todo este jaleo progesista, las mujeres que se identifican como hombres no insisten, en base a sentirse incluidas, en que los hombres nombren a sus genitales con términos no biológicos porque llamar pene al pene excluye a los hombres con cuerpo femenino que no tienen uno. Tampoco urgen a las organizaciones a llamar "hombrxs" a los hombres (he notado que Goldsmith falla en su compromiso a la diversidad en este punto), ni vociferan agresivamente que "los transhombres son hombres". Tampoco acusan a nadie de misandría ni dirigen amenazas sexuales a cualquier hombre que no esté de acuerdo con el transgenerismo.
Yo afirmo que una mujer es una hembra biológica adulta. Nuestro sexo, como el de los hombres, no fue asignado al nacer, sino empíricamente observado. Las mujeres no son "cis", según la nueva nomenclatura de la ideología transgénero. "Cis" establece una jerarquía que alega que las mujeres "cis" gozan de privilegios porque su femineidad y su cuerpo biológico coinciden. Y, según esto, las "mujeres con pene" son las más oprimidas de todas las mujeres, e incluso más mujeres que las propias mujeres. "Cis" también cumple la función de definir la femineidad como algo innato, algo que las feministas rechazan. También niega que la corporalidad tenga algo que ver con ser mujer.
Espero que algún día miremos atrás y nos demos cuenta de que una vez vivimos en una cultura que decía, siguiendo a De Beauvoir, que el género no es inherente a un niño, sino algo socialmente conseguido por los niños y las niñas. Deberíamos permitirles ser quienes son, más allá de las opresiones del género. Es la sociedad la que debería cambiar, no los cuerpos de los niños. La educación adulta requiere (no obliga) que seamos maduros y, en casi todos los casos, guiemos a nuestros jóvenes a través de las etapas maduracionales de la adolescencia necesarias para llegar a la edad adulta, antes de permitirles tomar cualquier decisión irreversible sobre sus cuerpos. Espero que un día nos demos cuenta de que es incomprensible que hayamos esterilizado a niños sanos y haber hecho oídos sordos a las voces que nos avisaban, y todo, mira qué irónico, en aras de proteger a los niños.
El neoliberalismo, con su foco individualista y de elección personal, ignora la existencia del patriarcado como estructura social. Esto ha traído una nueva forma de ejercicio del patriarcado: la emergencia de una narrativa masculina incorpórea sobre la femineidad, que ha sido tildada de progresista por muchos partidos, en particular los de izquierda. El concepto neoliberal de libertad es lo opuesto a progresista, ha abierto un espacio en el que el autoritarismo patriarcal, ejemplificado en la política de identidad de género, se ha asentado y desarrollado, y en el que los liberales no van a tolerar ninguna discrepancia y pedirán la libertad de los hombres a costa de las mujeres.
Heather Bruskell-Evans es académica especialista en sexo, sexualidad y género. Es admnistradora y portavoz de la organización FiLiA por los derechos de las mujeres, y forma parte de la directiva de BOARD, un grupo feminista activo.
Traductora: Marina Liñán
Escrito por Heather Bruskell-Evans y publicado en Feminist Current el 2 de diciembre de 2018
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