STOYA, JAMES DEEN Y EL CAMBIO EN LA CULTURA DE LA VIOLACIÓN

     ¿Cuánto puedes cambiar el mundo con 55 palabras?
     El 28 de noviembre, en tan solo dos tuits, Stoya -una famosa actriz porno, activista, escritora y amiga mía- acusó de violación, sin ambigüedades, a su exnovio, el actor porno James Deen. "James Deen me sujetó y me folló mientras yo le decía que no, que parara," escribió. "No puedo poner buena cara cuando la gente habla de él."
Stoya
     En muy pocos días, la industria del porno se puso en contra de su chico de oro. Con esta reacción, se convirtieron en la primera comunidad profesional que respondió a una acusación de violación creyendo a la víctima desde el principio.
     Lo más sorprendente no fue la valentía que tuvo la actriz para mandar esas 55 palabras en Twitter, sabiendo que sería acusada de mentir, de buscar atención y de que mucha gente no la creyera simplemente por ser actriz porno. Lo más sorprendente fue el número de gente que hizo justamente lo contrario. Incluso antes de que otras compañeras de Deen aparecieran con acusaciones parecidas, las productoras más importantes había dejado de contratarle, así como algunas tiendas que promocionaban sus trabajos. El hashtag #solidaritywithstoya dio la vuelta al mundo.
     A medida que se desarrollaba la historia, resonaban en mi cabeza estas líneas de Lidia Yuknavitch: "Las naciones se moverán como piedras en las manos de una niña que construye una ciudad en la arena... finalmente hombres y mujeres tendrán que verse y evolucionar, o no."
     Algo está cambiando. La respuesta a Stoya y las otras víctimas es solo la punta del iceberg de las mujeres por fin sacando toda la mierda de las mentiras sobre el sexo y la violencia, sobre qué vidas son las que importan y a quién hay que creer. En Hollywood, en el mundo de la música, en política, en todas partes, las mujeres y niñas se están uniendo y avanzando contra una cultura de abuso que valora más la reputación de los hombres poderosos que la dignidad y las voces de las mujeres. Bill Cosby. Jimmy saville. Terry Richardson. El equipo de fútbol del Instituto Steubenville. Los nombres de sus víctimas ni siquiera importabam. Hasta ahora.
     En eso consiste la solidaridad.
    La falta de respuesta ante las acusaciones de violación, sobre todo contra hombres importantes, siempre se ha asumido como síntoma de que las víctimas mentían. Eso es lo que hacen las mujeres, por supuesto, va en su naturaleza. son maliciosas, vengativas, y no aceptan que los hombres tienen más poder sexual que ellas porque la naturaleza lo decidió así, o Dios, depende de tu punto de vista.
     Lo que pasa con una violación es que es muy difícil de demostrar. Por su propia naturaleza, no suele haber testigos. Incluso cuando las víctimas sacan fuerzas de flaqueza para ir a la comisaría sin haberse duchado, es posible que no la crean.
     En parte, es tan difícil demostrar una violación porque se cuentan muchas leyendas sobre en qué consiste el consentimiento, y estas historias afectan a los juzgados y a los jueces, tanto como al público general. De todos los mitos que existen alrededor de la violencia sexual, el más pernicioso es el de las denuncias falsas. No es verdad. El porcentaje de denuncias falsas por agresión sexual y/o violación es más o menos el mismo que el de cualquier otro delito (actualmente varía entre 0,2% y 8%). Estadísticamente hay más posibilidades de que un hombre sea violado que de ser denunciado en falso por violación.
     Estos mitos dan mucha seguridad a los violadores, que a menudo eligen como víctimas a mujeres que saben que no se atreverán a denunciar, o a las que nadie va a creer. Esto normalmente se traduce en mujeres negras, o jóvenes, o relacionadas con la industria del sexo. Un antiguo oficial de policía de Oklahoma, Daniel Holtzclaw, está ahora mismo siendo juzgado, acusado de espiar y violar a 13 mujeres negras, algunas de las cuales habían sido prostitutas. Los violadores en serie se centran en mujeres vulnerables, jóvenes, prostitutas, porque saben que mujeres que no son muy "respetables" no van a ser tomadas en serio.
     Sí, Stoya podría estar mintiendo. También podría mentir Tori Lux. Y Joanna Angel, Ashley Fires, Amber Rayne, Kora Peters, Nicki Blue, Lily LaBeau y el resto de mujeres que han acusado de violación a James Deen, agresión y maltrato psicológico. Como periodista, es mi obligación considerar la posibilidad, ya que él ha negado las acusaciones. Pero lo cierto es que la violación es algo muy común. Demasiado común. Las denuncias falsas no son tan comunes. Quizá James Deen no lo hizo, pero lo más posible es que sí.
     "Inocente hasta que se demuestre lo contrario", es el grito que se oye cada vez que una mujer, o dos, o cinco, diez, veinte mujeres acusan a un hombre que tiene poder. Lo que esto significa, en la práctica, es que debemos asumir que las mujeres mienten siempre, hasta que un juez diga lo contrario. En otras palabras: no crees problemas.
     La reputación de los hombres, históricamente, se ha valorado más que la seguridad de las mujeres. Si es un caso de la palabra de él contra la de ella, y nadie más sabe la verdad, se entiende tácitamente que es mejor que 50 mujeres sufran en silencio, antes que destruir la carrera de un hombre. Esto sigue siendo así, hay un gran número de hombres que siguen teniendo éxito a pesar de haber sido condenados por violación o agresión sexual.
     Algo se está moviendo en nuestra cultura. La forma que tenemos de pensar en la sexualidad en general, y de la violencia sexual en particular, está evolucionando y las mujeres y niñas hablan ya sin tapujos sobre sus experiencias. La violación es un crimen; la cultura de la violación es lo que permite que este crimen siga sin denunciarse ni castigarse. Hay cultura de la violación a gritos en los escenarios, en forma de comedia, en las fiestas, en las comidas o cenas organizadas.
     "¿Qué pensaba que iba a pasar cuando fue a su casa?"
     "Estaría borracha."
     "Los hombres son así."
      Durante mucho tiempo, el único poder real que tenía la mujer en la sociedad era el de negarse al sexo. Este poder era contingente, no se basaba en el placer, sino en el poder decirle sí o no a este hombre o aquel, y dependía de que dicho hombre respetara o no tu decisión, lo que igualmente dependía de tu raza, clase y posición social. Pero el poder de decir "no" al sexo siempre ha sido lo último que pueden utilizar las mujeres en una sociedad misógina, y si hacen uso de él los hombres se lo acaban echando en cara. Todo es por el poder. Es por la insistencia en que los cuerpos de las mujeres son propiedad pública, y las palabras de las mujeres, su autonomía, su independencia, no importan, y mucho menos comparadas con un hombre de buena fama.
     Pero ahora las cosas están cambiando. ¿Por qué? ¿Por qué ahora, después de toda una vida de silencio y sospechas, las mujeres se están atreviendo a dar el nombre de sus agresores?
      La tecnología tiene mucho que ver con esto. Las redes sociales permiten que la gente pueda hablar anónimamente con otros que han vivido sus mismas experiencias. Las mujeres cuentan por internet la verdad de lo que les ha pasado, en artículos o en grupos privados. Uno de esos grupos que conocí hace poco permite a las mujeres que viven en el mismo lugar advertir a otras del comportamiento de los hombres dentro de su círculo social, no solo si son violadores, sino también si son violentos, respetuosos, o si tratan a sus parejas como seres humanos.
     El grupo es privado, y no es para avergonzar a nadie, sino para protegerse unas a otras sin censura. Por ejemplo, si una amiga me dice que no quede con determinado hombre porque tiene tendencia a beber demasiado, no respeta los límites y puede llegar a ser agresivo, no esperaré a que tenga una sentencia del juzgado para hacer otros planes. En casi todas las comunidades de las que he formado parte en los últimos años, se he desarrollado esta misma historia. Los agresores por fin encuentran confrontación, no importa cuán poderosos o famosos sean. Las mujeres hablan, y se las cree. Hay divisiones, discusiones, y cambio de amistades. Cambiar esto es doloroso, pero más doloroso es el silencio.
     Si el patriarcado sueña, sus pesadillas deben incluir a mujeres hablando en voz alta, valientemente, sobre los hombres. De hecho, gran parte de nuestra cultura está construida justo para evitar esto. Las mujeres se despellejan unas a otras, intentando competir por la atención masculina, están solcializadas contra la solidaridad. Nuestras verdades son tachadas de cotilleos, lo que escribimos lo juzgan como confesiones vacías. La idea de mujeres hablando entre ellas con sinceridad, confiando las unas en las otras, y uniéndose contra la violencia machista y el sexismo en sus comunidades es aterradora para aquellos que quieren seguir manteniendo su status quo.
     La incómoda verdad no es que las mujeres estén mintiendo en masa sobre las violaciones, sino que las mujeres y niñas por fin hablan sobre sus experiencias, en un número tan alto que es difícil de ignorar. Y mucho menos cómoda es la verdad de que muchas de esas experiencias implican comportamientos que los hombres y los niños no consideran delictivo. La misma cultura de la violación que educa a las mujeres para que crean que si las violan es culpa suya, enseña a los hombres lo mismo. Los hombres aprenden, porque así se lo enseñan, que la autonomía sexual de las mujeres es una barrera que hay que sortear, que el sexo es algo que se supone que pueden obtener de la mujer. Los hombres son así. Los niños que crecen oyendo ese mantra acaban aprendiendo que no tienen que responsabilizarse por sus acciones.
     Hay solidaridad en la adversidad. Quizá la razón de que la industria del cine para adultos sea la única que se está comportando como adultos realmente es que las trabajadoras sexuales ya no se hacen ilusiones de que la ley las proteja. El público general lleva mucho tiempo tragando con la estrategia del exluchador de MMA War Machine, cuya defensa se basaba en que no había podido violar a su exnovia, Christy Mack, de 24 años, porque su "trabajo cmo actriz porno sugería consentimiento". Lo iba pidiendo. También iba pidiendo que le partiera varias costillas, varios dientes y una lesión en el hígado que le provocó el ataque. War Machine ha defendido su inocencia de los 34 cargos que se le imputan, incluyendo agresión sexual e intento de asesinato, incluso aunque él mismo tuiteó que había violado a Mack. Las trabajadoras sexuales ya están hartas de que les digan que tienen menos derecho a consentir que el resto de mujeres, por lo que no sorprende que sean ellas mismas las que lideran el movimiento contra la cultura de la violación.
     No significa no, no importa quién seas o en qué trabajes. No importa si es tu novio. No importa cuántas veces hayas dicho que sí antes. Las mujeres siempre han sabido esto, pero saberlo no es suficiente cuando tus amigos, tu familia la sociedad y el sistema legal te dicen que mientes, que estás loca, nadie te cree, te dicen que pienses que puedes arruinar la reputación de ese hombre, que te van a hacer el vacío, que tampoco fue para tanto, que estás haciendo una montaña de un grano de arena, y ¿qué hacías tomándote una copa con él, para empezar? ¿Por qué llevabas ese vestido? ¿Por qué no te resististe? ¿Qué te hace pensar que tu seguridad y tu dignidad son tan importantes? ¿Qué te hace pensar que tu cuerpo es tuyo? Cállate, deja de quejarte y piensa en el pobre hombre.
      Nunca es fácil enfrentarse a los prejuicios con los que hemos crecido, que están en todas partes. Pero en todas partes, alrededor del mundo, las mujeres se están uniendo y haciendo lo que deben hacer para que la sociedad evolucione. Esos que se aferran a los mitos sobre la violación, sobre las mujeres decentes y las que no lo son, en algún momento verán que están en el lado equivocado de la historia.

Traductora: Marina Liñán

Escrito por Laurie Penny, publicado en Time el 8 de diciembre de 2015
http://time.com/4138647/laurie-penny-stoya-james-deen/

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