ME VIOLARON EN EL EJÉRCITO Y DESPUÉS FUI DESPEDIDA POR UN DESORDEN DE PERSONALIDAD
Durante años, este diagnóstico suponía la forma más rápida para que un comandante pudiera echarte. Casi me arruina la vida.
Cuando estaba en el instituto, viendo caer las torres gemelas el 11 de septiembre, se infundió en
mí el deseo de servir a mi país. En cuanto me gradué, en 2002, me uní a la Armada.
Al principió prosperé muy bien. En el campo de entrenamiento básico fui una de las cuatro mejores de mi promoción, y me dieron el premio "shipmate" por encarnar el ejemplo de compañera de barco ideal. Me encantaba la armada y estaba deseando tener una larga carrera militar.
Mi situación cambió una vez que rechacé la promoción de mi jefe mayor. Mis compañeros del barco me dijeron que estaba buscando que cometiera un error para poder echarme de "su" armada. Cuando un marino me violó no mucho después, no lo denuncié por miedo a lo que ocurriría, puesto que ya me habían colgado la etiqueta de problemática.
Mis problemas se agravaron cuando nos desplegamos en el Mar Rojo para apoyar la Operación Libertad Duradera. El ambiente era tenso y hostil. Me violaron dos veces más y algunos compañeros y supervisores abusaron de mí de varias formas. Una vez me dormí en una reunión debido a los sedantes que me había recetado el médico para ayudarme a asumir la muerte de mi hermano. Mis compañeros me rociaron con spray limpiador y me prendieron fuego. Me libré de una lesión seria, pero, cuando me quejé, mi supervisor dijo que estaba exagerando ante lo que era una broma.
Me cambiaron de asignación en el barco, pero mi supervisor inmediato me toqueteaba a menudo los pechos y hacía comentarios inapropiados. Mis quejas no llegaban a ninguna parte y los abusos sexuales continuaron. Después de un tiempo no pude tolerarlo más así que solicité audiencia con un comandante para decirle lo que estaba pasando y solicitar un traslado. En lugar de ayudarme, me dieron la orden de trabajar en el turno de noche junto a mi torturador. Cuando me negué, me castigaron a permanecer en posición de firmes de seis a ocho horas al día durante cinco días, con pausas solo para poder ir al baño o para comer. El resto de los compañeros pasaban a mi lado y me llamaban puta.
Un marino superior se solidarizó cuando vio las lágrimas corriendo por mi cara, y me dijo que hablara con un capellán. Lo hice y al día siguiente me dijeron que recogiera mis cosas. En unos días me mandaron dejar el servicio. Me dijeron que me despedían por tener un "desorden de la personalidad". El comandante me dijo que "me estaban haciendo un favor" y que despedirme así era la única forma de que pudiera dejar el barco. También me dijeron que esto no tendría consecuencias. Se equivocaron.
Cada vez que he intentado seguir con mi vida, he sido perseguida por este despido. Cuando solicitaba un trabajo en seguridad me decían que no podían contratarme por mi desorden de personalidad. Me costó diez años volver a ser yo misma. Los primeros cinco años estaba muda por el horror, pero finalmente conseguí la ayuda que necesitaba para lidiar con el estrés postraumático y con el tiempo llegué a ser terapeuta en un colegio. Durante mucho tiempo me culpaba a mí misma por haber hablado en la armada, y me preguntaba qué era lo que había hecho mal. Entonces me dediqué a investigar el tema un poco.
Aprendí que, durante años, diagnosticar a alguien con desorden de personalidad fue la forma más rápida para que un comandante pudiera echarte del servicio. Entre 2001 y 2010, 31.000 miembros del servicio, entre ellos un desproporcionado número de mujeres, fueron despedidos por "desorden de personalidad" en procesos que incluso la Oficina de Contabilidad del Gobierno consideraba que tenían errores de forma.
Aunque el Congreso obligó al Ejército a detener este tipo de despidos, no se ha hecho nada para aquellos que tienen el estigma en sus papeles de despido. Nos han dicho que vayamos al Comité de Revisión de Despidos o al Comité de Corrección de los Registros del Ejército si queremos que cambien dicho registro. Muy pocos lo hacen. Indagar en los registros para demostrar un ataque sexual solo reabre viejas heridas y es muy probable que el esfuerzo no merezca la pena: el porcentaje de éxito ha estado siempre entre un 2% y un 10%.
Me conozco esto muy bien: mi solicitud para que anularan el desorden de personalidad como motivo de mi despido fue denegada por el Comité de Revisión de Despidos de la Armada el año pasado sin darme explicación. Los comités militares tienen sobrecarga de trabajo y falta de personal, y a menudo no le prestan atención a revisar los casos. Muy rara vez hay alguna audiencia sobre estos.
Los legisladores son conscientes del problema desde hace tiempo pero no se lo ponen nada fácil a los veteranos para cambiar estos registros. Se podría avanzar más si impulsaran las revisiones de despidos por desórdenes de personalidad y reforzaran el sistema para garantizar los derechos de los veteranos. Es hora de restaurar la dignidad y el honor de los veteranos estigmatizados por estos despidos improcedentes.
Traductora: Marina Liñán
Artículo original testimonio de Amy Quinn, publicado en The Guardian el 19 de mayo de 2016
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